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¡BUEN DÍA!

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PERROS Y GATOS FAMOSOS LA FAMA ES PURO CUENTO (AQUÍ NO TRATAMOS SÓLO DE PERROS Y GATOS AFAMADOS O CON AMIGOS CÉLEBRES) PERO ES UNA BUENA PUERTA DE ENTRADA PARA CONOCER HISTORIAS O ESTAMPAS ENTRAÑABLES. AL FIN Y AL CABO: EN CUALQUIER PERRO O GATO CONFLUYEN TODOS LOS PERROS O GATOS QUE EXISTEN O HAN EXISTIDO TANTO EN LA REALIDAD COMO EN LA IMAGINACIÓN HUMANA.

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jueves, 23 de febrero de 2023

VEINTIDÓS CENTÍMETROS DE TERNURA (RELATO DE JOHANNES MARIO SIMMEL)

 



VEINTIDOS CENTIMETROS DE TERNU­RA


de Johannes Mario Simmel.

(Viena, 7 de abril de 1924 – Lucerna, 1 de enero de 2009)








Se llama Juanito Valespier, es francés y tiene un árbol genealógico que ocupa una hoja de papel de embalar. Una hoja grande. ¡Con lo pequeño que es él! ¡Cuando le conocí, hace trece años, cualquier cobaya adulta podría con él!. Hoy mide veintidós centímetros de altura y es un anciano caballero de noventa y un años. ¡Que Dios nos lo conserve mucho tiempo!. Eso de los noventa y un años no es broma, pese a que Juanito todavía salta a cualquier cama y a todas las sillas, aunque sea tres veces más altas que él. ¡Sí, intenten imitarle¡ Pero... un año de perro equivale a siete años de hombre, y a Juanito le falta más de un diente. Es un Yorkshire. Ya lo saben ustedes, un perro de esos chiquitines y con los pelos tan largos, que hay que atárselos con un lazo para que no se les caigan sobre la cara. Como era tan diminuto, nosotros le pusimos el nombre de "Moustique" que significa "Mosquito".



Trece años atrás, me visitó el primer gran amor de vida, fue entonces cuando conocí a "Moustique". Debo confesar algo: a mí, nunca me gustaron los perros. Ni a mí, ni a Shakespeare. Tampoco a él le hacían gracia. ¿Recuerdan aquello de: "... los perros con sus ladridos estorban la paz de Dios y el canto del ruiseñor..." (Otro que no podía soportar a los perros, era Goethe. Como yo). Además, tengo miedo de los chuchos que miden más de quince centímetros. Y los perros en seguida se dan cuenta de una cosa así. "Moustique" tenía una altura de doce centímetros ó sea que quedaba todavía por debajo del límite de mis temores, pero en cambio era un ladrador escandaloso, y si alguien estorbaba la paz de Dios y el canto del ruiseñor, ese era él.




"Moustique" no se dejaba tocar por ningún extraño (Nobleza obliga). Si alguien lo intentaba, le mordía. Tenía además la mala costumbre de clavar rápidamente sus dientecillos en los pantalones largos, porque su opinión del ser humano no era buena y siempre sospechaba que la gente había robado algo y se lo quería llevar. Y, aparte de eso "Moustique" todavía no era lo que se llama un perro aseado. Pero eso había sido demasiado pedir en un animalito tan joven. ¿no? Sin embargo, "Moustique" abusaba de su inocente edad. No había cortinaje, ni pata de mesa que no hubiera mojado ya. En casa eligió para tal menester un sofá tapizado de brocado de seda. Pero como se trataba de mi primer gran amor (no me refiero a "Moustique" sino a su ama, a la que aquí vamos a dar el nombre de Ángela) para evitar discusiones coloqué un almohadón encima de la húmeda mancha dejada por el aristócrata en el brocado de seda. Ángela debió darse cuenta y "Moustique" también. Pero nadie más. Y ambos me lo agradecieron con la mirada...



Trece años más tarde fui a casa de Ángela. Ella vive en el Sur, junto al mar, en el último piso de un rascacielos, que está rodeado de una enorme terraza. Al entrar en la vivienda, ocurrió el primer milagro. "Moustique" se acercó a mí con paso lento y ceremonioso. Yo pensé en mi pantalón, en la paz de Dios, etcétera, etcétera. Pero no ocurrió nada de lo temido. "Moustique" no me mordió ni ladró, sino que comenzó a frotarse contra mis zapatos, daba saltos de alegría y no cesó hasta que lo tomé en brazos y lo acaricié. (Detrás de las orejas, como les gusta a los perros). A partir de ese momento, ya no salí de mi asombro. "Moustique" se puso a hacerme tantos arrumacos, que Ángela casi sintió celosa. Si yo estaba sentado, él tenía que instalarse en mi regazo. Me dirigiera a un lado o a otro de la casa, "Moustique" iba conmigo, pegado a mis pies, y yo tenía que poner mucho cuidado en no pisarle. El animalito no había olvidado - ¡A lo largo de noventa y un años de hombre! que un día, al poner un cojín sobre la mancha dejada por él, le había ahorrado una reprimenda. "Moustique" fue el primer perro que me quiso. Y él fue el primer perro que yo quise en seguida, espontáneamente. He aquí el segundo milagro.


 Con respecto a las aguas menores: hacía ya tiempo que "Moustique" no salía de casa (su edad, los peligros de la calle...) Por eso, solucionaba sus asuntillos en un lugar apartado de la terraza, que luego era limpiada con la manguera. Ángela llamaba esa parte la "Avenue de Pipi".

 "Moustique" y yo no hicimos inseparables. Siempre estaba a mi lado. Y cuando me encontraba ausente, me buscaba por doquier y saltaba una y otra vez a "mi" butaca, para comprobar con tristeza mi desaparición. Pero, luego, cada reencuentro era una fiesta, un continuo saltar, acariciar y flirtear, sin ladridos ni mordiscos. "Moustique" no me abandonaba ni de noche. Dormía a los pies de mi cama. Y si tenía frío, se introducía de bajo de la colcha. Por la mañana, cuando le parecía que yo ya había dormido bastante y debía trabajar, me despertaba con muchos y tiernos empujoncitos de su nariz contra la mía, contra mi cuello y mis mejillas. Y si yo abría entonces los ojos, se plantaba encima de mi pecho con la cabecita torcida, y con una de sus patas diminutas me acariciaba dulcemente.


            Una vez, estando yo en la bañera "Moustique" quiso saltar sobre el borde de ésta. Y saltó, pero fue a aterrizar en la taza del W.C., situado al lado mismo de la bañera. Le sacamos de allí, lavamos su canosa piel y la secamos, y yo pregunté a Ángela cómo "Moustique" había podido equivocarse de tal manera.

- A veces le ocurren cosas así - dijo ella - ¿No te habías dado cuenta?.

- ¿Dado cuenta? ¿De qué?

 -  Por ejemplo, de que continuamente corre delante mismo de mis pies, y de que, si se mueve con tanta agilidad, es porque lleva trece años en la misma casa y sabe exactamente dónde está cada mueble, dónde hay una puerta o una pared... "Moustique" no tiene ni idea de tu aspecto - prosiguió Ángela - ni conoce el mío. Ha olvidado el aspecto de cualquier cosa. Desde hace un año, sólo se guía por el olfato, los ruidos, sus sentidos y la memoria. ¿De veras no habías descubierto que, el pobre "Moustique", está ciego?.













































miércoles, 15 de febrero de 2023

epílogo de "Niebla" novela de Miguel de Unamuno.

 





Niebla

Miguel de Unamuno

Oración fúnebre
Por modo de epílogo

Suele ser costumbre al final de las novelas y luego que muere o se casa el héroe o protagonista dar noticia de la suerte que corrieron los demás personajes. No la vamos a seguir aquí ni a dar por consiguiente noticia alguna de cómo les fue a Eugenia y Mauricio, a Rosario, a Liduvina y Domingo; a don Fermín y doña Ermelinda, a Víctor y su mujer y a todos los demás que en torno a Augusto se nos han presentado, ni vamos siquiera a decir lo que de la singular muerte de éste sintieron y pensaron. Sólo haremos una excepción y es en favor del que más honda y más sinceramente sintió la muerte de Augusto, que fue su perro, Orfeo.

Orfeo, en efecto, se encontró huérfano. Cuando saltando en la cama olió a su amo muerto, olió la muerte de su amo, envolvió a su espíritu perruno una densa nube negra. Tenía experiencia de otras muertes, había olido y visto perros y gatos muertos, había matado algún ratón, había olido muertes de hombres, pero a su amo le creía inmortal. Porque su amo era para él como un dios. Y al sentirle ahora muerto sintió que se desmoronaban en su espíritu los fundamentos todos de su fe en la vida y en el mundo, y una inmensa desolación llenó su pecho.

Y acurrucado a los pies de su amo muerto pensó así:

¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Se ha muerto; se me ha muerto! ¡Se muere todo, todo, todo; todo se me muere! Y es peor que se me muera todo a que me muera para todo yo.

¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! Esto que aquí yace, blanco, frío, con olor a próxima podredumbre, a carne de ser comida, esto ya no es mi amo. No, no lo es. ¿Dónde se fue mi amo?, ¿dónde el que me acariciaba, el que me hablaba?

¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay éste.

Y luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que entonces no está distraído en otro mundo ...! Pero ladra a su manera, habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo; no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros!

Es un animal enfermo, no cabe duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece gozar de alguna salud cuando duerme, y no siempre, porque a las veces hasta durmiendo habla!

Y esto también nos ha contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!

¡Y luego nos insulta! Llama cinismo, esto es, perrismo o perrería, a la impudencia o sinvergüencería, él, el animal hipócrita por excelencia. El lenguaje le ha hecho hipócrita.

Como que la hipocresía debería llamarse antropismo si es que a la impudencia se le llama cinismo. ¡Y ha querido hacernos hipócritas, es decir, cómicos, farsantes, a nosotros, a los perros! A los perros, que no fuimos sometidos y domesticados por el hombre como el toro o el caballo, a la fuerza, sino que nos unimos a él libremente, en pacto sinalagmático, para explotar la caza. Nosotros le descubríamos la pieza, él la cazaba y nos daba nuestra parte. Y así, en contrato social, nació nuestro consorcio.

Y nos lo ha pagado prostituyéndonos e insultándonos. ¡Y queriendo hacernos farsantes, monos y perros sabios! ¡Perros sabios llaman a unos perros a los que les enseñan a representar farsas, para lo cual les visten y les adiestran a andar indecorosamente sobre las patas traseras, en pie! ¡Perros sabios! ¡A eso le llaman los hombres sabiduría, a representar farsas y a andar sobre dos pies!

¡Y es claro, el perro que se pone en dos pies va enseñando impúdica, cínicamente, sus vergüenzas, de cara! Así hizo el hombre al ponerse de pie, al convertirse en un mamífero vertical, y sintió al punto vergüenza y la necesidad moral de taparse las vergüenzas que enseñaba. Y por eso dice su Biblia, según les he oído, que el primer hombre, es decir, el primero de ellos que se puso a andar en dos pies, sintió vergüenza de presentarse desnudo ante su Dios. Y para eso inventaron el vestido, para cubrirse el sexo. Pero como empezaron vistiéndose lo mismo ellos y ellas, no se distinguían entre sí, no se conocían siempre y bien el sexo, y de aquí mil atrocidades ... humanas, que ellos se empeñan en llamar perrunas o cínicas. Ellos, los hombres, que son quienes nos han pervertido a los perros, quienes nos han hecho perrunos, cínicos, que es nuestra hipocresía. Porque el cinismo es en el perro hipocresía, así como en el hombre la hipocresía es cinismo. Nos hemos contagiado unos a otros.

Se vistió el hombre, primero, con el mismo traje ellos y ellas; mas como se confundían, tuvieron que inventar diferencia de trajes y llevar el sexo al vestido. Esos pantalones no son sino una consecuencia de haberse el hombre puesto en dos pies.

¡Qué extraño animal es el hombre! ¡No está nunca en donde debe estar, que es a lo que está, y habla para mentir y se viste!

¡Pobre amo! Dentro de poco le enterrarán en un sitio que para eso tienen destinado. ¡Los hombres guardan o almacenan sus muertos, sin dejar que perros o cuervos los devoren! Y que quede lo único que todo animal, empezando por el hombre, deja en el mundo: unos huesos. ¡Almacenan sus muertos! ¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos! ¡Pobre hombre!

¡Pobre amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Fue un hombre, sí, no fue más que un hombre, fue sólo un hombre! ¡Pero fue mi amo! ¡Y cuánto, sin él creerlo ni pensarlo, me debía ...!, ¡cuánto! ¡Cuánto le enseñé con mis silencios, con mis lametones, mientras él me hablaba, me hablaba, me hablaba!

¿Me entenderás?, me decía. Y sí, yo le entendía, le entendía mientras él me hablaba hablándose y hablaba, hablaba, hablaba. Él al hablarme así hablándose hablaba al perro que había en él. Yo mantuve despierto su cinismo.

¡Perra vida la que ha llevado, muy perra! ¡Y grandísima perrería, o mejor, grandísima hombrada la que le han hecho esos dos! ¡Hombrada la que Mauricio le ha hecho; mujerada la que le ha hecho Eugenia! ¡Pobre amo mío!

Y ahora aquí, frío y blanco, inmóvil, vestido, sí, pero sin habla ni por fuera ni por dentro. Ya nada tienes que decir a tu Orfeo. Tampoco tiene ya nada que decirte Orfeo con su silencio.

¡Pobre amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y los purificados bebiendo aire y respirando éter. Allí están también los perros puros, los de San Humberto el cazador, el de Santo Domingo de Guzmán con su antorcha en la boca, el de San Roque, de quien decía un predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a San Roque, con su perrito y todo! Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está mi amo!

Siento que mi espíritu se purifica al contacto de esa muerte, de esta purificación de mi amo, y que aspira hacia la niebla en que él al fin se deshizo, a la niebla de que brotó y a que revertió. Orfeo siente venir la niebla tenebrosa ... Y va hacia su amo saltando y agitando el rabo. ¡Amo mío! ¡Amo mío! ¡Pobre hombre!

Domingo y Liduvina recogieron luego al pobre perro muerto a los pies de su amo, depurado como éste y como él envuelto en la nube tenebrosa. Y el pobre Domingo, al ver aquello, se enterneció y lloró, no se sabe bien si por la muerte de su amo o por la del perro, aunque lo más creíble es que lloró al ver aquel maravilloso ejemplo de lealtad y fidelidad. Y dijo:

- ¡Y luego dirán que no matan las penas!

¡Queda escrito!