El perro y el gato andaban siempre buscándose las cosquillas. En cuanto doña Leonor se descuidaba, ya estaban luchando. Era inútil todo empeño de doña Leonor en hacerlos amigos.
—Pero, ¿Por qué tenéis que estar siempre como el perro y el gato? —les preguntaba doña Leonor al ídem y al ídem cada vez que los separaba, al uno con la cola fracturada o la cabeza abierta, al otro sangrando de una parte o con una oreja desgarrada.
Y ellos, apenas tenian ocasión, ya estaban otra vez zurrándose la badana que daba pena verlos. Nunca se pudo averiguar quién era el provocador; doña Leonor, pese a sus esfuerzos, a sus vigilancias y a sus previsiones, jamás los sorprendió en flagrante delito de agresión.
—Pero, hijitos mios —decía doña Leonor—.(No comprendéis que regañando os perjudicáis a vosotros mismos? ¿Por qué no tratáis de llevar una coexistencia pacífica, como Dios manda, y os dejáis de líos, de tiquismiquis y de tonterias? Pero ellos, erre que erre. Erre que erre hasta el dia que doña Leonor descubrió el remedio. Hasta entonces se había dedicado a leerles literatura ejemplar, o relatarles cuentos morales, a explicarles cómo cada uno de ellos debía respetar los derechos del otro y a decirles que regañando no sacaban nada en limpio... Y nada había conseguido. Pero encontró el remedio, y mano de santo.
El remedio consistió en darles de comer todo lo que les pedía el cuerpo. Al principio, aquello de regalarles el estómago resultó catastrófico: los animalitos, pletóricos de fuerzas y de facultades, se maltrataban mucho más que antes. Luego, cuando las penosas digestiones fueron amontonándose en su rudimentaria memoria con forma de vagos recuerdos, los animalitos empezaron a conformarse
con gruñirse desde lejos. Más tarde, cuando sus organismos fueron asimilando los alimentos y sus esqueletos se cubrieron de una gruesa capa de grasa, los animalitos ni siquiera se molestaban en volver las cabezas para mirarse. Finalmente, gordos como caballos, el perro y el gato se dedicaron a pasear juntos por el pasillo con el fin de tratar de conservar el pequeño ápice de agilidad que les quedaba.
Hoy, ancianos los dos y muerta doña Leonor por culpa del gozo que le dio verlos tan amigos, perro y gato se dedican a la jardinería, a la filatelia y a hacerse una cultura musical. Da gusto verlos.
Rafael Azcona (1926-2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario