En el libro "La Odisea" de Homero Argo es el legendario perro fiel de Odiseo. Criado para ser un perro de caza antes de que Odiseo partiera a la Guerra de Troya,
Argos es descuidado después de que Odiseo es dado por muerto. Veinte años después, Odiseo regresa a Ítaca, nadie lo reconoce y encuentra a su perro tirado en montones de estiércol, inmóvil por la vejez y el abandono, e infestado de parásitos. Cuando Argo ve a Odiseo, inmediatamente baja las orejas, menea la cola y lo reconoce. Disfrazado de mendigo, Odiseo no puede saludar a su perro sin revelar su identidad, pero llora en secreto. Al ver a su amo regresar a casa, Argos muere pacíficamente.
La escena de Argo (o Argos) es uno de los episodios más conocidos de la Odisea y los estudiosos de la literatura clásica han comentado sobre su estructura, significado y valor literario. Argos ha sido descrito como un símbolo de fidelidad y una metáfora de la decadencia de Odiseo y su familia ( oikos ) dentro de la narrativa más amplia del poema. La muerte de Argos se señala utilizando un lenguaje típicamente reservado para las muertes nobles de los guerreros, y se utiliza una construcción perifrástica para focalizar la narrativa como si estuviera contada desde su perspectiva.
"Tal hablaban los dos entre sí cuando vieron un perro que se hallaba allí echado e irguió su cabeza y orejas era Argo, aquel perro de Ulises paciente que él mismo allá en tiempos crió sin lograr disfrutarlo, pues tuvo que partir para Troya sagrada. Los jóvenes luego lo llevaban a cazas de cabras, cervatos y liebres, mas ya entonces, ausente su dueño, yacía despreciado sobre un cerro de estiércol de mulas y bueyes que habían derramado ante el porche hasta tanto viniesen los siervos y abonasen con ello el extenso jardín. En tal guisa de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo,bien a Ulises notó que hacia él se acercaba y, al punto, coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Éste al verlo desvió su mirada, enjugóse una lágrima, hurtando prestamente su rostro al porqueiro, y al cabo le dijo: Cosa extraña es, Eumeo, que yazga tal perro en estiércol:
tiene hermosa figura en verdad, aunque no se me alcanza si con ella también fue ligero en correr o tan sólo de esa clase de canes de mesa que tienen los hombres y los príncipes cuidan, pues suelen servirles de ornato. Respondístele tú, mayoral de los cerdos, Eumeo: Ciertamente ese perro es del hombre que ha muerto allá lejos y si en cuerpo y en obras hoy fuese lo mismo que era, cuando Ulises aquí lo dejaba al partirse hacia Troya, pronto echarías tú mismo de ver su vigor y presteza. Animal que él siguiese a través de los fondos umbríos de la selva jamás se le fue, e igual era en rastreo.
Mas ahora su mal le ha vencido: su dueño halló la muerte por extraño país; las mujeres de él no se acuerdan ni le cuidan; los siervos, si falta el poder de sus amos, nada quieren hacer ni cumplir con lo justo, que Zeus el tonante arrebata al varón la mitad de su fuerza desde el día que en él hace presa la vil servidumbre.
Tal habló, penetró en el palacio de buena vivienda y derecho se fue al gran salón donde estaban los nobles pretendientes; y a Argo sumióle la muerte en sus sombras no más ver a su dueño de vuelta al vigésimo año." (Homero. "Odisea". Editorial Gredos. Traducción al español José Manuel Pabón)
El nombre "Argos" ( griego antiguo : Ἄργος) se deriva del adjetivo griego antiguo ἀργός ( argós ), que significa literalmente 'blanco brillante, brillante', con un significado metafórico secundario de 'rápido, ágil'; este cambio semántico se encuentra en otras partes de las lenguas indoeuropeas. En griego homérico , esta denominación se aplicaba comúnmente a perros rápidos.
El mito griego de la diosa Artemis, conocida en Roma como Diana es uno de los más difundidos en la actualidad.
Su origen se hunde en la huida constante y el dolor de su madre, Leto, que fue seducida por Zeus, embarazada de mellizos y perseguida por la implacable Hera (la celosa esposa de Zeus), siendo arrojada a vagar por la Tierra, sin encontrar cobijo ni descanso, sin asistencia, con miedo a la venganza, experimentando el sufrimiento de parir sola en la isla de Delos.
Diana fue la hija mayor y se prestó a ayudar a su madre para alumbrar a su hermano Apolo. Horrorizada por los dolores del parto y los gritos de su madre, pidió a su padre Zeus permanecer eternamente virgen y no sufrir ese duro trance.
Así surgió la diosa, temperamental, salvaje, cazadora, habitante de los bosques y montañas, reina de los animales y celosa de su intimidad y pureza virginal.
Vestida con túnica corta, armada con arco y flechas y siempre rodeada de su cortejo de Ninfas y sus perros de caza, protagonizó muchos mitos y leyendas.
Quizás el episodio más dramático fue el vivido por el joven Acteón y es uno de los más plasmados en el arte mitológico.
El atrevido cazador pagó con su vida la osadía de contemplar a la diosa desnuda que tomaba un baño en un manantial. Al ser descubierto, Diana, avergonzada y furiosa, lo convirtió en ciervo y el cazador acabó devorado por sus propios perros.
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El perro de Alejandro Magno se llamaba Péritas, un moloso macedonio. Era tan importante para él como su caballo Bucéfalo.
Péritas era un perro experimentado en batallas, que había enfrentado a elefantes y leones. Se destacó por su valentía y lealtad.
Algunas de las acciones de Péritas son:
En la batalla de Gaugamela, Péritas salvó a Alejandro Magno de un elefante enemigo.
En otra ocasión, Péritas ayudó a las tropas de Alejandro a rescatarlo cuando estaba herido cerca de Mallian.
Tras la muerte de Péritas, Alejandro Magno fundó una ciudad en su honor, que se cree que estaba en lo que hoy es Pakistán.
Las principales fuentes históricas que citan a Péritas son Plutarco y Plinio el Viejo.
El adiestramiento del perro no hace consenso. Plinio dice que Alejandro recibe este perro ya adulto, pero Plutarco indica que el rey lo educó el mismo.
Plinio relata detalladamente el supuesto modo en que Alejandro entrenó a su perro; recibió primeramente un primer perro que resultó tener poco carácter; Alejandro, irritado fuertemente por este comportamiento, hizo abatir a este primer perro. Su tío, el rey de los Molosos, envió entonces un segundo perro precisando: «emplea este perro, no contra pequeños animales, sino contra el león o el elefante». Alejandro así lo hizo:
el león quedó despedazado enseguida; después hizo traer un elefante, y nunca un espectáculo le causó tanto placer. Efectivamente, el pelo se le erizó y el perro comenzó a ladrar de una manera terrible, después vino al ataque: se levantó contra el monstruo por una parte, luego por la contraria, asaltándolo y evitándolo con la dirección necesaria para un combate desigual, al final lo hizo girar tanto que el elefante cayó, y su caída sacudió la tierra.
Del mismo modo que Alejandro construyó una ciudad en memoria de su amigo Héfestion o de su caballo Bucéfalo, el rey ordenó según Plutarco la construcción de una ciudad sobre los bordes del río Hidaspes (actual Jhelum), en India, en honor a su perro.
La batalla decisiva entre los ejércitos de los diadocos, Seleuco Nicator de 77 años y Lisímaco de Tracia de 80 años, ocurrió en febrero del año 281 a. C. en un lugar llamado Corupedio.
Lamentablemente no se sabe con exactitud la ubicación de este lugar y como se desarrolló la batalla; sin embargo, un evento aseguró que su resultado fuese decisivo. A medida que la lucha transcurría, el anciano Lisímaco encontró su final, por una lanzada de un soldado llamado Malacón.
No hay más detalles, salvo uno, que parece más una leyenda que otra cosa pero que resulta conmovedor en sí: tras la derrota y desbandada de las tropas vencidas, el cuerpo de Lisímaco habría permanecido varios días abandonado en el campo de batalla y cuando por fin pudieron regresar para darle entierro sólo lo pudieron reconocer porque su fiel perro había permanecido junto a él, protegiendo su cadáver de las aves carroñeras.
Su hijo Alejandro consiguió el permiso para enterrar a su padre en un lugar cercano a la capital de su reino, Lisimaquia, en la actual península de Gallipoli.
Con la muerte del rey Lisímaco de Tracia, sería Seleuco el último sobreviviente del Estado Mayor de Alejandro Magno. Aunque por muy poco tiempo.
Uno de los perros más famosos de la literatura medieval es Petit Crú, el perro de Tristan e Isolda.
Tristan se refugió en Gales con el duque Gilén que tenía un perro encantado nacido en Avalon cuyo pelaje era de colores iridiscentes según desde el ángulo desde dónde se viese. Además portaba un cascabel al cuello que al hacerla sonar, cualquiera que estuviera a su alrededor y lo escuchara olvidaba sus penas.
Tristan consiguió que el duque le regalase a Petit Crú tras vencer a un gigante que amenazaba las tierras de Gilén.
El enamorado regaló el perro a Isolda para que no estuviera sola ante la imposibilidad de su noviazgo. Isolda también quedó fascinada con el obsequio que le hacía disipar su dolor.
Pero Isolda, al descubrir que su alegría provenía del tintineo del cascabel mágico del cuello de Petit Crú le pareció injusto que ella se aliviara y su amado Tristan continuara con su angustia. Entonces, le sacó el cascabel y lo arrojó al mar porque prefería vivir la angustia antes que una ilusoria felicidad.
Petit crú es la imagen del animal feérico relacionado con la mitología céltica.
Debajo imagen de Lancelot junto a una dama con un perro. Francia, principios del siglo XIV, Biblioteca Británica, Real 14 E III, Estoire del Saint Graal, fol. 146r. Francia, ca.1315-1325.
En la actualidad, no está muy difundido que, extraoficialmente, se ha santificado a un perro. Se trata de San Guinefort, el protector de los niños.
Guinefort, un perro que fue venerado durante siglos en Francia como un santo a pesar de los esfuerzos de la Iglesia para impedirlo. Su festividad era el 22 de agosto. Su culto persistió hasta 1940
La historia de Guinefort, del siglo XIII, aparece por primera vez en el libro "De Supersticione", escrito a mediados del siglo XIII por el dominico Étienne de Bourbon. Este predicador fue uno de los primeros inquisidores y redactó una larga lista de supersticiones, leyendas y herejías, además de fábulas moralizantes, entre las que se encuentra la del perro santo.
Según escribe, Guinefort era el lebrel de un caballero de Villars-les-Dombes, una localidad situada cerca de Lyon. Un día, al volver a su castillo, el hombre descubrió que su hijo de pocos meses había desaparecido; la cuna estaba volcada y las sábanas esparcidas por el suelo con manchas de sangre. Entonces se le acercó Guinefort con el hocico ensangrentado y, llegando a la conclusión de que había matado a su hijo, el caballero desenvainó la espada, mató al perro y arrojó su cuerpo a un pozo.
Pero justo después escuchó el llanto del niño y lo descubrió ileso, junto al cadáver de una serpiente, y se dio cuenta del terrible error que había cometido: Guinefort no había hecho ningún daño al niño, sino que lo había protegido de la serpiente.
Arrepentido, el caballero llenó el pozo con piedras y plantó árboles a su alrededor, como un mausoleo natural a su fiel compañero.
Se trata probablemente de una leyenda, ya que hay historias muy parecidas en otras partes del mundo, en particular un cuento popular galés titulado "El sabueso fiel" que tiene como protagonista a Gelert, el perro del rey Llywelyn el Grande, que vivió en la misma época que Étienne de Bourbon. La historia ya circulaba por el lugar cuando el fraile llegó y seguramente decidiera dejarla por escrito como una historia moralizante sobre los peligros de actuar movido por la ira, uno de los pecados capitales.
Debajo tarjeta de oración' para San Guinefort. En lugar de una oración en el reverso, hay una sección de texto que describe al santo. Etienne de Bourbon llegó a un pueblo donde la gente confesó que estaban rezando a San Guinefort para la protección de sus hijos. Etienne preguntó más sobre el santo para poder canonizarlo, convirtiéndolo en un santo cristiano oficial. Al enterarse de que Guinefort era un perro y no un hombre, hizo que sus restos fueran desenterrados y quemados.
Debajo pintura del siglo XIX atribuida a eanne-Élisabeth Chaudet donde cambia el aspecto del perro.
A otros perros también les adjudicaron maldades que no merecían.
Durante la guerra civil inglesa (1642-51), que enfrentó a parlamentaristas contra realistas, un perro fue protagonista de una curiosa campaña de propaganda. Desde el bando parlamentarista se empezó a decir que entre los ejércitos del rey Carlos I estaba el mismísimo Lucifer disfrazado de inocente perrito. El animal en cuestión era Boye, la mascota del comandante realista Ruperto del Rin, quien también fue objeto de habladurías.
Se publicaron panfletos asegurando que Ruperto tenía poderes sobrenaturales de orígenes malignos, y que le acompañaba un demonio de cuatro patas. El asunto acabaría cobrando tal importancia que las propias fuerzas realistas lo aprovecharon, publicando textos para mofarse de las supersticiones de sus enemigos.

Esta última historia del post parece medieval pero sucedió en plena era moderna. El dictador alemán Adolf Hitler no dudó en sacrificar a millones de personas durante la II Guerra Mundial a mediados del siglo XX, pero, en perversa contradicción, se mostró especialmente sensible con los animales. Quienes le conocieron constataron su afecto por Blondi, una hembra de pastor alemán con la que pasaba horas jugando. De hecho, incluso mandó construir una pista de obstáculos especialmente para ella. Cuando Alemania empezaba a perder la guerra y el Führer tuvo que refugiarse en su búnker berlinés, se llevó a su mascota con él.
El animal acabaría compartiendo la suerte de su dueño. Cuando la victoria de los aliados era inminente, Hitler temió que los rusos capturaran a Blondi y la sometieran a algún tipo de vejación. Por ello, mandó envenenarla con una cápsula de cianuro. Horas más tarde, él se suicidaría junto a su esposa Eva Braun.